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El
clarinete bajo, de la misma familia a la cual pertenecen todos los clarinetes,
es el doble de largo que el clarinete normal, y por ello suena una octava más grave
que éste, y con una extensión parecida. Tiene una forma muy característica,
pues el instrumento se encuentra curvado tanto al inicio del tubo, como al
final, en cuyo extremo lleva una campana metálica que lo ensancha. Igualmente
su técnica de ejecución es similar a la del clarinete soprano, por lo que todos
los clarinetistas pueden tocar cualquiera de los instrumentos de la familia.
El
sonido del clarinete bajo es de una gran dulzura, así como muy resonante,
especialmente en los sonidos más graves, que son los más característicos y los
de mejor efecto, y por ello casi siempre se emplea este instrumento para las
notas graves. No obstante, el sonido de todos los clarinetes es de un carácter
típicamente a hueco y a madera, y en el clarinete bajo ese efecto es aún más
notorio que en el clarinete soprano, por lo que ese aspecto debe tenerse en
cuenta a la hora de emplearse en algún pasaje musical.
El
clarinete bajo no es muy habitual como solista ni tiene una gran presencia en
la música de cámara. Su auténtica función consiste en participar allí donde se
requiera enriquecer el registro grave en alguna agrupación musical que sea
numerosa, sobre todo en la orquesta sinfónica. Por ello es aquí donde, desde el
siglo XIX, su presencia es habitual junto al resto de los clarinetes, no
faltando repertorio musical en el cual pueda oírse en solitario su sonido,
especialmente cuando se quiere crear una atmósfera sonora de cierto misterio y
expectación, para la cual su timbre parece adecuarse a la perfección. Con este
propósito de misterio ha sido frecuentemente empleado en música para ópera, así
como quizás aún más en música para cine, y muy especialmente para escenas de
tensión.