Son muchos los criterios que pueden utilizarse para
establecer una clasificación de los instrumentos musicales. La más clásica de
estas clasificaciones, la que distingue básicamente tres grandes categorías para
los instrumentos (cuerda, viento y percusión), si bien no es la mejor ni la más
exhaustiva de ellas, sí parece ser una de las más adecuadas para fines
didácticos.
Puede verse en primer lugar un grupo de instrumentos
denominados de cuerda, por ser ésta (la cuerda) la fuente sonora que emplean, y
que a su vez se subdivide en dos subgrupos: cuerda frotada, y cuerda pulsada
(también llamada punteada o pinzada).
Un segundo grupo de instrumentos lo forman los de viento,
en los cuales es necesaria una corriente de aire para producir el sonido. Se
observan en estos tres subcategorías: instrumentos de viento-madera,
instrumentos de viento-metal, y la familia de los saxofones. Esta última (los
saxofones), aunque emplean el mismo sistema de producción de sonido que algunos
de los instrumentos de viento-madera, en realidad también poseen ciertas
características de los instrumentos de viento-metal.
La tercera categoría la forman los instrumentos de
percusión, cuya característica distintiva es que precisan de ser percutidos
(golpeados) para generar el sonido. Se subdividen a su vez en dos
subcategorías: sonido determinado y sonido indeterminado.
En cuarto y último lugar encontramos en este esquema otra
categoría de instrumentos musicales. En realidad, estos instrumentos participan
de características que muy bien podrían encuadrarse en alguno de los grupos
anteriores, pues o bien poseen cuerdas (como el clave y el piano), o poseen
tubos para ser sonados por corriente de aire (como el órgano). Sin embargo, el
situarlos en una categoría aparte es porque entre ellos existe una
característica común, y es que se trata de instrumentos todos ellos que
requieren de un teclado para poder ejecutarse, y ello con independencia de cuál
sea su fuente de sonido.